Si nos dedicásemos a enroscar tapones de botellas probablemente podríamos medir nuestra productividad en términos del número de botellas cerradas por hora. Si cargásemos sacos en un muelle, quizás en kilos transportados por jornada... Hay muchos trabajos en los que es relativamente sencillo establecer una medida para conocer el grado de productividad con el que desempeñamos nuestras obligaciones.
Lamentablemente, esto no es así en la industria del software, que durante años ha ido dando tumbos, probando y descartando sucesivamente diversas métricas para intentar medir la productividad de los desarrolladores, como el cómputo de líneas de código por día, puntos función, puntos de historia o el grado de completitud de sprints, pero siempre sin éxito. En el desarrollo de software todo es demasiado etéreo: dado que no creamos ni manipulamos productos tangibles, no hay nada que poder pesar o contar, salvo las horas pegados a nuestra silla.
Sin embargo, todos tenemos una idea intuitiva de lo que es un desarrollador productivo, e incluso se ha hablado bastante de los desarrolladores 10x: programadores que son al menos diez veces más productivos que los que se encuentran en el lado opuesto del espectro. Esta idea parte de estudios científicos contrastados, y algunos destacados gurús incluso suben la apuesta llegando a estimar que determinados desarrolladores pueden producir entre diez y veintiocho veces más que sus compañeros. Casi nada.
Sin duda, un desarrollador 10x es todo un lujazo para las empresas, que lucharán para atraerlos, normalmente a base de ofrecer unas condiciones espectaculares, porque es mucho más rentable ofrecer a un desarrollador 10x el triple de sueldo que tener a diez desarrolladores para conseguir el mismo resultado.
Nuestro objetivo profesional, por tanto, debería ser dar el salto y convertirnos en uno de ellos.
Publicado por José M. Aguilar a las 12:01 a. m.
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